sábado, junio 13, 2009

ARCHIVO: Nacha Guevara del Di Tella al Maipo

Irreverente, talentosa, Nacha Guevara ha trasplantado sus canciones del Di Tella al Maipo. La apertura puede transformarle en una popular figura de Buenos Aires. Ironía, sensibilidad y humor, entran en su personal estilo.

"La gente del Maipo no tiene prejuicios", dice con la nariz apuntando al plato y las manos ocupadas en cortar el bife y poner una papa frita sobre cada pedazo. "Me habrán visto en el Di Tella o se habrán enterado de las recaudaciones que hicimos. Muy buenas". A los 29 años, Nacha Guevara —50 kílos—, definitivamente instalada en el oficio de cantar cosas, donde afloran la poesía, el descaro, el humor, sacudan los costados más muertos de los que la escuchan, parece haberse encontrado para siempre.
"Ahora sé perfectamente qué quiero hacer". Ex modelo, ex mujer de Norman Briski, madre de dos hijos, decidió dos años atrás que la tarea de colocarse frente a una máquina de fotos para ilustrar notas de modas no tenía nada que ver con ella. Entonces se paró en un escenario y cantó. Desde luego, a partir de ese instante Nacha Guevara iba a desatar explosiones paralelas de adhesión y crítica. No se preocupó demasiado.

Sabía que eso suele sucederle a los que vienen a renovar. Detrás suyo no sólo se agazapaba una Nacha que había recorrido con aburrimiento la Escuela Nacional de Danzas desde los seis años sino también una Nacha actriz que desparramaba un ángel intraducible desde los ojos, el pelo, los huesos. "Empecé desafinando como una bestia, pero eso no era en ese momento tan importante. Yo había elegido canciones y me interesaba que las escucharan, simplemente".

Ahora toma jugo de naranja, mientras Alberto Favero, que tiene 25 años y es uno de los pianistas de jazz moderno más asombrosos de la Argentina, dice que la voz de Ivés Montand, que se escucha entre los ruidos de las mesas y el olor del chucrut, es una maravilla.

"Hace bastante tiempo que estamos juntos. Alberto pone la música de las letras que elegimos. Trabajamos mucho cada tema, lo vamos puliendo, adaptando al país y a la época". Este último trabajo debe costarle muy poco a Nacha Guevara, indiscutiblemente porteña cada vez que habla, que junta los dedos de una mano para interrogar, o dice de un tipo que es inteligente y piola o que es un gil irrescatable.

"¿Por qué empezó el asunto de cantar?" "Qué sé yo. Podes llamarlo necesidad o ganas de darle a la gente canciones que no contribuyesen a idiotizarlos". De ese modo Nacha Guevara cantó a Boris Vian —absurdo, tierno, cruel de vez en cuando—, a George Brasses —poeta con malas palabras—; resucitó los melodramas entonados por Libertad Lamarque.

"¿Cómo fueron las primeras reacciones del público?" "Hubo de todo. Lo mismo sucedió con la crítica. Revistas que empezaron dándome palos terminaron diciendo que era única en Buenos Aires y cosas parecidas. Bueno, los que iban a verme al Payró, al Embassy, al Di Tella, reaccionaban de maneras muy diferentes. A veces aplaudían a rabiar, pero a medida que el espectáculo se hacía exitoso y no solamente venían los habitúes del Di Tella se fue produciendo un cambio".

"¿Querés decir que había gente que venía entendiéndote a priori y otra que iba a verte sin saber de qué se trataba y entendía o no?" "Algo así. Un día, como todo el mundo se quedaba con la boca abierta, sin reaccionar, tuve que aplaudirlos a ellos. Recién entonces hubo algún aplausito para mí".

"¿Eso a qué se debió? ¿Tus canciones son difíciles?" "Si fueran muy difíciles no tendrían sentido. Creo que son canciones para todos. Bien directas. Sólo que no son idioteces cantadas, y con algunas alguien puede sentirse incómodo. ¿Qué puedo hacer contra eso? No son para protestar ni panfletos con música. Política se hace desde otro lado".


Flan con crema y más jugo de naranja. El señor Ivés Montand se ha callado. "¿Te cuento algo?", dice Favero, y larga una historia de su adolescencia con un montón de gente aprendiendo dirección de orquesta y agitando la batuta frente a un disco rayado.

El iluminador del Maipo enciende las luces del escenario. Ella está de pie, envuelta en un traje plateado con Favero al lado y el piano entre ambos. "Ya", susurra, y una melodía candorosa nace. Nadie puede sospechar que inmediatamente vendrá la letra y que Nacha cantará con el rostro de la inocencia algo que hace pensar en el nacimiento de una nueva, arrasadora, picaresca. En la última fila se divierte Nélida Roca, detrás de sus anteojos negros.

A las ocho de la noche el ensayo ha terminado. Al día siguiente, flaca y extraña, Nacha Guevara dominará una platea que parecía a tanta distancia dé su imagen como Nueva Delhi de Añatuya. "¿Viste? Yo creo que los que manejan el Maipo no se equivocaron. Es por eso que te contaba sobre la falta de prejuicios. Les interesé, y no les importó si yo era un bicho del Di Tella o algo que se podía poner en cualquier otra parte y producir el mismo efecto".

"¿No te parece que pueden sentirse agredidos los espectadores del Maipo con alguna de tus canciones? Después de todo, a nadie le gusta pagar una entrada bastante cara y que se le digan ciertas cosas que pueden hacerlo mover en el asiento". "No, no creo. O sí. Ese riesgo tengo que corrérmelo. Puede ocurrir que se me responda algo desde la platea. En ese caso contesto y listo. Si no se aprende a superar una circunstancia como ésa es mejor dedicarse a otra cosa. Yo canto para que unos se sientan felices y otros con bronca".

Con el pelo muy corto y los pómulos como proas, parece perfectamente en su medio entre el olor a cigarrillo viejo que está pegado en cada lugar del teatro, la humedad, la sensación de que todavía andan por algún sitio las risas, la música, las coristas con la gracia como escudo.

"Esta es una experiencia bárbara para mí. Una apertura. No te imaginas cómo voy a utilizar todo lo que aprenda en el Maipo para mí próximo espectáculo. Va a tener la estructura de los anteriores, pero con canciones nuevas. Las de Tom Lerer, por ejemplo. Es músico, cantor y profesor de matemáticas en Harvard".

"Vendrá a Buenos Aires cuando estrenemos sus canciones. Hay una que nos parece lindísima. Es la historia del amor que permanece a través del tiempo, pero al revés. Dos amantes se dicen por turno lo espantoso que van a ser cuando lleguen a viejos. Es impiadosa y dulce, todo al mismo tiempo".

Interminables se le derraman las piernas sobre el respaldo de una butaca a Nacha Guevara. Un poco triste, un poco siniestro, el Maipo sin gente convoca recuerdos y sombras. No sería raro, entonces, que por allí anduviera caminando, con una sonrisa borrosa, la sombra de "la negra" Sofía Bozán, aquel cálido mito, contenta de presentir que la muchacha que ahora va hacia la puerta es de alguna manera su heredera, la continuadora de un estilo amasado con sensibilidad, con inteligencia, con el amor de los habitantes de esta ciudad.

Nota: MARIO MACTAS Fotos: PAGANETTI y FERNANDEZ BURGOS
Fuente: www.magicasruinas.com.ar