martes, agosto 11, 2009

ARCHIVO: Pensamiento vivo de Nacha Guevara

Por momentos desbordante, y casi siempre muy segura de sí misma y de sus propias fuerzas -que contradicen su escueta imagen-, ella explica cuál es la verdadera relación que desea tener con el público: un desafío cada noche.


Para nada complaciente consigo misma transfiere esa exigencia a quienes la rodean, inclusive en el ámbito privado. "Tengo tres chicos; hay que parar la olla pero me la aguanto piola". Cómo desdobla su vida profesional y doméstica, cuáles son sus debilidades, y qué espera del teatro en el actual contexto sociopolítico.


La cita había sido prevista para mediados de diciembre, pero Nacha Guevara estaba a punto de tomarse sus primeras vacaciones en siete años (fueron quince días repartidos entre Mar del Plata, Pinamar y Bariloche) y entonces se postergó hasta los primeros días de enero. Naturalmente, dos semanas de descanso son una migaja para una persona que no se ha dado tregua durante tanto tiempo; "Una descubre, así, que el ocio fugaz aliena y angustia más que el trabajo intenso".



Siete Días dialogó con Nacha (33, marplatense; tres matrimonios y madre de tres varones) en la sala del teatro Margarita Xirgú, donde desde el 9 de agosto pasado protagoniza con singular éxito Las mil y una Nachas, excelente espectáculo de music-hall que comparte con su marido, el pianista y compositor Alberto Favero.

A lo largo de este "show de posibilidades", como lo califica, Nacha tiene oportunidad de demostrar una ductilidad que sus espectáculos anteriores permitieron imaginar; es, no más, el reflejo de un talento que excede !a repercusión fácil de las canciones de protesta, y que ahora no se engolosina con el sensacionalismo snob de las palabrotas.

Pionera de un género arduo, menospreciado injustamente, su imagen —de una flacura vitalísima— también contribuyó a que se piense de ella que es un personaje fuera de serie en el mundo de las candilejas: su permanente actitud crítica avala esta hipótesis.

Precursora de un estilo que nació al abrigo de ese fabuloso taller de experimentación que fue el instituto Di Tella, Nacha (un metro setenta, cincuenta kilos) cuenta en su haber con tres matrimonios —con un chico de cada pareja— y es dueña de una voluntad indomable, a prueba de golpes, que no admite concesiones, acaso su mejor capital.

Tres horas de charla (interrumpida en el momento justo de subir al escenario) sirvieron para corroborar que esta aparentemente frágil actriz — debutante en 1965 con la versión musical de Locos de verano, en el Municipal San Martín—, embutida ahora su cabeza en frondosa peluca, vive y ha vivido siempre haciéndole el gusto a su propia tenacidad: innovando, creando, peleando —a menudo con corriente adversa—, se las ingenió sin embargo para cultivar la otra gran vocación que alienta en sus venas, tan firme y arraigada como su pasión por el teatro: la vocación maternal.

—¿Por qué te llamás así?
—Lo de Nacha es un vicio de familia. En mi casa las tres mujeres tenemos sobrenombres con abundancia de ce-haches, vaya a saber por qué. Mamá, Clotilde como yo, se apoda Churucho; mi hermana mayor es Mochi, y se llama María del Carmen; yo, Nacha. Adopté el Guevara por un problema de identidad. Cosas que me vienen de la infancia: conflictos con mi viejo, que se fue cuando yo tenía seis meses y a quien conocí a los veinticinco años; problemas con, mi padrastro que se apellidaba Guerrero, bastante parecido, ya lo ves. Empecé a llamarme Nacha Guevara hace diez años, cuando el Che no era poster, claro.

—Y cuando naciste como actriz, ¿no?
—Cierto. Yo tenía una rígida disciplina, esa que adquirís con el ballet clásico. A la hora de decidir, en casa no les convencía que bailara. Me dediqué a ser modelo, pero no me fue del todo bien. Era demasiado flaca, mi tipo no gustaba por aquel entonces, me había adelantado a la época, ¿entendés? Ahora todo se ha modificado bastante. Diez años atrás las chicas eran armoniosas de otra manera. Pero aprendí a trabajar bien, cosa que me sirve brutalmente. ¡Vieras con la destreza que me cambio durante el espectáculo!

—¿Quién te incentivó para que iniciaras esta carrera?
—Ah, yo estudié teatro: cuatro años con Juan Carlos Gené, un gran profesor, a quien admiro también como escritor. La formación que él proporciona es seria y sólida. Es como un esqueleto que te sirve para que bordes encima. Su técnica es sana y te resulta para toda la vida. Después, viene el talento personal. La falla que le encuentro a Gené es su temperamento reprimido; eso te jode en todos los órdenes: los alumnos también lo hemos experimentado. Alexia Prat Gay me enseñó a hablar: a mí no se me entendía nada. A cantar empecé mucho después; yo soy poco dotada para el canto aunque ahora no lo parezca; la profesora que elegí luego, Susana Naidich, consiguió maravillas con mi garganta. ¿Te acordás de la actriz Graciela Dufau? Era amiga mía y fue la primera en sugerirme que cantara, estudio que inicié años después. Como todas las cosas que emprendo.

—El año pasado, después de las elecciones del 11 de marzo, circuló un comunicado donde se decía que Nacha Guevara terminaba con sus canciones de protesta para iniciar una nueva etapa. ¿Podes explicar eso?
—Lo que decía en esa volantita es que abandonaba cierto material destructivo, muy agresivo, hecho con mucho odio durante un gobierno de ocupación. Textualmente: (lo sé de memoria porque lo repetía todas las noches en mi último espectáculo: Nacha de noche) decía así: "Abandonar ciertas canciones no significa, sin embargo, que archivemos para siempre nuestra crítica. Ella renacerá cada vez que la realidad la convoque". O sea, que nuestra actitud actual es de expectativa, de apoyo. Vos sabes que los artistas siempre vamos atrás de la realidad, si no seríamos adivinos. ¡Claro que cuando más cerca estás, tanto mejor! La obligación de los artistas es combatir la cosa fulera y apoyar la buena.

—Por lo visto no te resultaba difícil decir palabrotas en público y mostrarte agresiva. ¿Acaso esto forma parte de tu personalidad?
—Sí, yo soy muy mal hablada. Aunque te aclaro que el público se ha sentido menos agredido con mi repertorio de palabras feas que con el político. Ahí la cosa, a veces, se puso brava.

—En estos casos, ¿cómo se manifestaba el público?
—Se manifiesta ahora también, por ejemplo, cuando recito a Neruda en Las mil y una Nachas. En general la protesta es franca; gritan que no es cierto lo que digo (que después de todo lo dice Neruda). Escucha, esto trajo algunas grescas: "Si Nueva York reluce como el oro y hay edificios con quinientos bares, aquí dejaré escrito que se hicieron con el sudor de los cañaverales. El bananal es un infierno verde para que en Nueva York beban y bailen". En estos casos suspendo la canción y hago encender las luces. Yo doy la cara y quiero verle la cara a quien desde la platea se molesta con lo que digo. Esa gente, por suerte, es minoría. El público termina gritándole que se vaya y se arma un conventillo. ¡Mira qué curioso! Si es un hombre el que agredió, se achica, no da la cara. En cambio, las mujeres no la terminan nunca. Siguen y siguen con la cantinela. Oíme: un espectáculo está integrado en un cincuenta por ciento por el actor y el otro cincuenta por ciento por el espectador; si uno falla estás frito. Además, yo procuro que el público defienda la posibilidad de ver el espectáculo; sobre todo cuando los que hinchan son dos o tres. El resultado siempre es positivo..

—¿Esta forma de ser y de encarar tu profesión te ha creado inconvenientes, falta de trabajo?
—Claro que sí, muchas veces me faltó el trabajo. Vos sabes que cuando más censura hay menos se nota; todo es muy sutil, nunca te enteras de dónde vino la orden. Me borraron de Canal 7, de hacer un tape con Paco Ibáñez mientras él pudo estar; me negaron salas ... Y a mí me importa, ¿entendés? Tengo tres chicos: hay que pagar la olla. Pero me la aguanto piola, sé los riesgos que se corren haciendo esto. Además, es una cosa justa, ¿no? Si nosotros fuéramos aceptados fácilmente, no habría necesidad de desarrollar una temática así. Un día me tocó trabajar con Georges Moustaki en el cine Metro, de Buenos Aires, y recuerdo que al ver aquel público frío como una heladera le comenté mi desazón. Me contestó: "El día que la gente esté de acuerdo con lo que usted dice, ya no tendrá necesidad de seguir haciéndolo".

—Todavía no me respondiste qué hay de tu agresividad personal, ésa que, por ejemplo, motivó que partieras una copa en el rostro de Marcos Mundstok, integrante del conjunto musical Les Luthiers, en Mar del Plata.
—Yo no les hago promoción a Les Luthiers, todo está en manos de la Justicia. Es un hecho que no me parece esencial de mi vida, ni siquiera es importante. Lo único válido es que ese asunto me abrió la puerta a lo popular, gané otro afecto. Porque, fíjate, que una mujer le pegue a un hombre (ésa es la versión) y que él vaya y se lo cuente a la policía ... Lo cierto es que cuando volví a Buenos Aires noté, ¿cómo explicarte?, cierta complicidad con el canillita, con el encargado de mi casa, con la gente de la calle. Fue como si ya no formara parte de una élite exclusivista. Yo soy una tipa que se define a sí misma como una trabajadora, una persona muy trabajadora, que en la relación con la gente es muy respetuosa. Si a veces produzco choques es porque mi formación de danzas clásicas me ha hecho muy disciplinada, me reconozco, además, también soy conmigo así de dura. No me permito ciertos placeres: me cuesta tomarme vacaciones, salir a pasear, distraerme. Hace siete años que no veraneo y estas vacaciones de quince días fueron más alienantes que el trabajo. Calculá, ¡con los tres chicos, sin nadie que te ayude! Tal vez, con tres meses por delante para habituarme al cambio, todo hubiera sido distinto.

—¿Por qué estuviste tantos años sin salir a veranear?
—Porque no me alcanza la guita, simplemente. Somos un batallón nosotros. ¡Yo me pregunto cómo hacen los demás para veranear sin hipotecarse la vida!

—¿Tenés sentido del humor?
—En la vida menos que sobre el escenario. Depende cómo viene la mano. Hay veces que me ahogo en un vaso de agua; otras veces tomo distancia. Tener humor es saber tomar distancia de las cosas y verlas en su justa medida. El otro día pasó una anécdota comiquísima que ninguno pudo festejar todavía. Resulta que en una escena yo aparezco con un vestido rosa muy armado, como una enorme flor.
Aquella noche colgaba primoroso de la percha porque lo había lavado. Cuando me lo puse casi me muero: había encogido tanto que me llegaba a la rodilla en vez de rozar el suelo. Era para reírse un mes seguido. Tomé conciencia de lo ridícula que lucía, pero ante las circunstancias no me quedó más remedio que salir así. Aparte, éste es un espectáculo muy cruel que me cansa mucho el marote. ¿Vos viste? Es un show de posibilidades; por lo tanto, todo funciona a la perfección, minuciosamente. La exigencia es total: maquinistas, iluminadores, bailarines. En fin, todo debe ser vertiginoso, preciso. Aquí tuve oportunidad de saber lo que significa trabajar en equipo, yo que venía de una experiencia solitaria. Cada detalle se concibió con amor y día a día se realiza con amor. Somos como una gran familia, con despioles y todo pero con una conciencia pura de rendir al máximo. Aquí se ensaya permanentemente, se critica con objetividad, difícilmente se incurra en errores.

—¿Demandé mucho tiempo concebir Las mil y una Nachas?
—Mucho más tiempo demandó concretarla. ¡No te imaginas qué difícil fue lanzarlo! En el '70 se iniciaron las primeras conversaciones y a partir de ahí ocurrió de todo: salas que se oponían, promesas, nuevas tentativas, consiguientes rechazos, mi tercer embarazo, el nacimiento de Juan Pablo. . . ¡Qué sé yo, ya no quería saber nada con ese espectáculo cuyo nombre se me ocurrió un día en Mar del Plata.! Ahora estoy leyendo las memorias de Chaplin y, en cierto modo, me consuelo. Si un genio como él tuvo tantos impedimentos, ¡de qué puedo quejarme yo! Cuando filmó Luces de la ciudad, como hacía tres años que se realizaba cine sonoro, los actores estaban adjudicándole más importancia a la palabra que a la acción, y los productores no se animaban a financiar todavía las películas parlantes. En un actor verdadero, la palabra es lo último, es la consecuencia.

Nota: DIONISIA FONTAN Fotos: OSVALDO DUBINI
Fuente: www.magicasruinas.com.ar